era un atardecer caluroso. mientras un fuerte viento de esos que no refrescan agitaba el arbolito que da justo frente a la ventana, llenando la habuitación de polvo y hojas, gabriela se cepillaba el pelo con la misma calmada parsimonia con que lo hizo desde chiquita.
también desde chica le habían gustado siempre las novelas, y las devoraba con desenfrenada avidez. el mismo desenfreno que ocultaba tras el cepillo y los ojos calmados, cada tarde, frente al enorme espejo que domina la pared que está frente a la cama
de esa pasión por la lecturo, gabriela había incorporado un especial manejo de la tensión del relato. algo que le gustaba aplicar en la vida. particularmente, le gustaba mucho la expresión "tensa calma". y se sentía feliz cuando generaba una situación que pudiera describir de esa manera. por eso, a pesar de que se moría de miedo, sentía un placer casi morboso, alargando por un eterno minuto la agonía pervia
cuando terminó de cepillarse todo el pelo, se paró, y se contempló unos segundos en ese mismo espejo que la había visto nacer dieciséis años atrás.
ahora su cuerpo ya era peligrosamente parecido al de una mujer. hermoso, fresco y desafiante, en su desenfadada e inmoral manera de revelarse frente al vacío, imponiendo curvas y planicies perturbadoras
al darse vuelta, notó que el la observaba desde la cama. lentamente, con impostada calma, atravesó la habitación, y se recostó junto a él.
Ese día, con una fuerte tormenta que duró toda la noche, terminó la primavera
a la mañana, Gabriela se sentó feliz frente al espejo, y se miró un rato largo
ya había empezado el verano
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domingo, octubre 24, 2004 | 1:57 p. m.